Haz menos. Pero hazlo con intención.

La alarma suena a las 6 a.m. Antes de que tus pies toquen el suelo, tu mente ya va a mil revoluciones: correos por responder, mensajes acumulados, ideas brillantes que compiten por tu atención. Vivimos bombardeados por estímulos y oportunidades, cada uno clamando un pedazo de nuestro enfoque. Nos han hecho creer que hacer más es sinónimo de ser más — más productivo, más exitoso, más creativo. Pero en esta prisa por abarcarlo todo, a menudo perdemos de vista lo esencial.
¿Y si la respuesta no fuera hacer más, sino hacer menos… con intención? A lo largo de mi camino como creativo y emprendedor, descubrí que la claridad y el enfoque valen más que mil esfuerzos dispersos. Esta es una invitación a desacelerar, a ser selectivo con tu energía. A poner toda tu intención en menos cosas, para lograr un impacto mayor y más significativo.

El peso de las opciones infinitas y la multitarea
La era digital nos ofrece ilimitadas opciones: desde qué proyecto iniciar hasta qué serie ver por la noche. Paradójicamente, en lugar de liberarnos, tantas opciones pueden paralizarnos. El psicólogo Barry Schwartz lo llama la paradoja de la elección: enfrentados a demasiadas alternativas, terminamos con “parálisis por análisis”. Nos cuesta decidir por miedo a perdernos de algo mejor, y cuando por fin elegimos, a menudo nos queda la duda o el arrepentimiento. En los proyectos creativos, este exceso de posibilidades puede ser veneno puro: al querer perseguir cada idea u oportunidad, corremos el riesgo de no concretar ninguna.
A esto se suma la multitarea, esa manía moderna de hacer mil cosas a la vez. Saltamos de una tarea a otra —respondiendo mensajes en medio de una reunión o alternando entre decenas de pestañas— creyendo que así somos más eficientes. La realidad es otra: cambiar constantemente de enfoque tiene un costo enorme. Estudios muestran que el task switching (cambio rápido de tareas) puede reducir tu productividad hasta en un 40%. Un famoso experimento de Stanford encontró que los estudiantes acostumbrados a la multitarea recordaban menos información y se distraían más fácilmente. Es como si, al intentar abarcar todo, nuestra mente quedara siempre en la superficie, sin espacio para la profundidad.
La creatividad sufre bajo estas condiciones. Las mejores ideas suelen emerger de la concentración prolongada, de conectar puntos dispersos tras un tiempo de reflexión. Pero si nunca le damos a nuestro cerebro la calma para enfocarse, perdemos la capacidad de hacer conexiones novedosas, y la originalidad se resiente. En mi experiencia, las veces que intenté abordar demasiados proyectos a la vez, mi creatividad se diluyó; terminaba repitiendo fórmulas en lugar de inventar algo nuevo. La saturación de tareas y estímulos es enemiga de la chispa creativa.
Minimalismo creativo: el poder de simplificar

Ante el caos, la simplicidad es un salvavidas. Ese es el fundamento del minimalismo, tanto en diseño como en estilo de vida: eliminar lo no esencial para enfocarte en lo que importa. Menos es más, como decía el arquitecto Mies van der Rohe; en otras palabras, quédate solo con los elementos esenciales y elimina lo demás. En la práctica creativa, el minimalismo significa intencionalidad. Un espacio de trabajo limpio, sin montañas de objetos ni docenas de apps abiertas, realmente despeja la mente. Un entorno desordenado inevitablemente lleva a la distracción. Piénsalo: si tu estudio o escritorio está plagado de cosas, cada libro, gadget o nota es una tentación que compite por tu vista. En cambio, un lienzo en blanco —físico o digital— invita a que tu atención se pose plenamente en la tarea creativa del momento.
Curiosamente, imponer límites puede incluso impulsar tu inventiva. Algunos estudios indican que, cuando se reducen las opciones, la gente llega a generar más soluciones variadas, no menos. Al reducir el ruido y las distracciones, obligas a tu mente a explorar a fondo lo que tienes enfrente, encontrando nuevas posibilidades dentro de esos límites. La restricción consciente puede ser, en sí misma, una musa de la creatividad.
¿Cómo empezar a simplificar? Algunas ideas prácticas de minimalismo creativo:
- Despeja tu entorno: quédate solo con las herramientas y objetos que realmente necesitas a mano. Lo demás, guárdalo o elimínalo.
- Ordena tu espacio de trabajo diariamente: un escritorio ordenado cada mañana equivale a una mente despejada lista para crear.
- Minimalismo digital: cierra aplicaciones y notificaciones innecesarias mientras trabajas; tu concentración (y sanidad mental) lo agradecerá.
Cada objeto menos, cada distracción menos, es un paso más hacia una mayor claridad en lo que estás haciendo.
Enfócate: de la multitarea a la monotarea

Abrazar la monotarea (hacer una sola cosa a la vez) puede parecer difícil cuando estamos acostumbrados a la hiperconexión, pero es una habilidad transformadora. Al centrarte en una tarea, le das a tu mente permiso de sumergirse en ella sin interrupciones. Técnicas como la técnica Pomodoro son excelentes para entrenar este músculo de la atención: consisten en trabajar en intervalos de 25 minutos de enfoque total seguidos de breves descansos. Estos “sprints” de atención aprovechan que nuestra capacidad de concentración tiene límites, y los descansos estratégicos evitan el agotamiento mental.
La clave está en proteger esos bloques de enfoque como oro puro: nada de revisar el móvil, ni el correo, ni saltar a otra cosa durante ese periodo. Al principio cuesta; sentimos la urgencia de atender mil asuntos a la vez. Pero poco a poco re-entrenas a tu cerebro a no buscar la gratificación inmediata de lo nuevo, sino la satisfacción más profunda de terminar lo que empezaste. En mi caso, cuando empecé a bloquear horas específicas del día para tareas críticas (diseñar un prototipo, escribir un artículo, desarrollar código) y a ignorar todo lo demás hasta cumplir el objetivo, noté que mi productividad —y la calidad de mi trabajo— se disparó.
La recompensa de esta disciplina es enorme: con el tiempo empiezas a experimentar el anhelado estado de flujo. Es ese momento en que estás tan inmerso en una actividad que pierdes la noción del tiempo y todo “fluye” con naturalidad. El psicólogo Mihály Csíkszentmihályi descubrió que entrar en flow no solo eleva la productividad, sino también la satisfacción y la felicidad que sentimos con nuestro trabajo difícilmente alcanzamos esa sensación saltando de tarea en tarea; la monotarea, en cambio, allana el camino para que entres en ese flow productivo y gratificante donde tu creatividad alcanza picos insospechados.
Consejos para mejorar tu enfoque y vencer la multitarea:
- Divide tu tiempo en bloques: asigna franjas horarias a tus proyectos o tareas prioritarias, y cúmplelas como citas inamovibles contigo mismo.
- Prueba Pomodoro: trabaja 25 minutos enfocado en una sola cosa y toma un descanso de 5 minutos; repite. Ajusta los intervalos según te convenga, pero respeta los cortes para recargar la mente.
- Elimina distracciones activamente: silencia notificaciones, cierra pestañas ajenas a la tarea y, si es posible, dedica un dispositivo o ventana solo para lo que estás haciendo.
- Anota y sigue: si mientras trabajas llega a tu mente una idea para otro proyecto o una tarea pendiente, anótala rápidamente en papel o en una nota, y vuelve a lo tuyo. Así no la olvidas pero tampoco dejas que te desvíe.
Con estas prácticas, entrenas a tu concentración como a un músculo diario. Y al fortalecerlo, cada día rendirás más en menos tiempo, sin sentir que vas con la lengua afuera.
Visión y propósito: la brújula de tus proyectos

Hacer menos no significa falta de ambición; significa ser intencional con tu ambición. Aquí es donde entra en juego tener una visión clara y un propósito definido. Tu visión actúa como brújula: te indica hacia dónde ir y, igual de importante, qué caminos evitar. Cuando sabes cuál es el núcleo de tu proyecto o de tu misión personal, resulta más fácil decir no a distracciones atractivas pero irrelevantes. Filtras oportunidades con una pregunta simple: “¿Esto aporta a mi visión o me aleja de ella?”. Esa claridad de propósito te regala enfoque de manera natural.
En mi caso, cada vez que emprendí algo nuevo, empecé definiendo una intención central. Por ejemplo, con Capsulle definí desde el inicio la meta de ofrecer viviendas sostenibles y accesibles; en Paragon Labs, el propósito es aprovechar el diseño, la inteligencia artificial y la tecnología para resolver problemas reales de forma creativa; e Inmerzion nació con la misión de crear experiencias inmersivas que conecten a las personas con nuevas historias. Tener estos nortes bien delineados me impidió desviarme ante cada novedad atractiva pero fuera de lugar. Esa visión clara se volvió un filtro que siempre me recuerda qué importa de verdad y qué es simplemente ruido.
Al final del día, se trata de elegir calidad sobre cantidad. Incluso cómo empiezas tu mañana cambia con esta mentalidad: ya no salto de la cama directo al torbellino de notificaciones; en su lugar, respiro profundo, recuerdo cuál es mi prioridad del día, y enfoco mi atención allí primero. Ese sencillo acto de intención marca la pauta para todo lo demás.
Enfocarse no es hacer menos.
Es dejar de hacer lo que no importa.
Cada empresa que fundé nació de una intención clara:
- CAPSULLE: Viviendas modulares para un futuro más accesible.
- Paragon Labs: Estudio de diseño, ideas y tecnología aplicadas a crear soluciones reales.
- Inmerzion: Experiencias digitales inmersivas que conectan marcas, arte y tecnología.
¿Qué estás construyendo tú?
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Porque no se trata de hacer todo.
Se trata de hacer lo que importa.
Haz menos. Pero hazlo con intención.